ENTRE MIS SIENES.

Esa fragancia exotica provenía de su piel, las fulminantes sonrisas que nunca se extinguían parecían vaciarse dentro del cántaro azul que guardaba mi alma. Una y otra vez observaba sin sigilo cada movimiento de su rostro, las decenas de expresiones que con muecas de simpática belleza  lograban poseer de una sola vez y para siempre los retraídos sentimientos que abarcaban de sur a norte las cuatro estaciones de mi cuerpo. Como rios mojaban sus palabras a mi oído, se esparcía cada frase sobre la sensibilidad inadvertidamente provocada, juntaba sus labios que en movimiento franco al pronunciar mi nombre subyugaban cada centímetro de mi carne por completo sin cursilería ni reserva. Mi musa febril cúan inmenso mi pecho estallaba de ella, de esa sacerdotiza inquieta. Ataviada en flores de fortuna que cubrían su majestuosa figura forjada de abriles y de otoños. Tan difícil no desear estar rodeado de sus brazos atrapando entre mis manos aquella estrecha cintura de ébano exquisita y bien forjada, la diosa poseía sinuosas líneas que se dibujaban en esa silueta de perfección intrépida, y yo quería desdibujarla. Silenciosa vertía miel al derretirse entre mis dedos imaginativos. Cuán lejos y cúan cerca de mi, a siglos de distancia y a centímetros de mi cuerpo. Milímetros que parecían kilómetros. Sus rasgados ojos rascacielos siempre dispuestos a lanzar destellos inconclusos, mensajes de deseo disimulado. Desesperación al no poder vacíarme entre sus muslos finos, dejandole caer los cientos de caricias que entre candados he guardado entre mis sienes. G©D2010